La lectura de al menos un libro de Agatha Christie al año se impone como una tarea obligatoria en este segmento tediosamente breve que es la vida. Al menos uno. Pocos se agregan a la lista de autores ineludibles en una proyección anual.
Cumplida la tarea 2024 en lo que a nuestra autora inglesa se refiere, el sabor que queda no es el mejor: El misterio del tren azul es una buena novela policial, pero no de las mejores.
El fair play en la novela detectivesca
El fair play es la obligación, por parte del autor, de incluir en la narración todos y cada uno de los datos necesarios para la resolución del crimen. Es una forma de ser justo: detective y lector ven, tienen que ver, lo mismo. La maestría viene cuando todo está presentado y acomodado de tal manera que el lector pase de largo.
En El misterio del tren azul, la autora no viola este principio fundamental, pero casi: en la resolución del crimen hay demasiada información que Poirot presenta como resultado de averiguaciones de las que no tuvimos noticias.
La resolución y el juego de la escena (el cuarto cerrado que es un tren) es óptimo, pero toda la nueva información aportada en las últimas páginas hace que este caso esté entre los menores de nuestro amigo belga.
Hay un dato de esta novela digno de mencionar, y es su fecha. El misterio del tren azul es de 1928: Agatha Christie ensaya el planteamiento de un crimen en un tren, escenario que conoció perfectamente por haber dedicado su vida a viajar. El resultado no es el mejor. Pero seis años después, en 1934, publica Asesinato en el Orient Express, una verdadera obra maestra.
Es lícito pensar, entonces, que la primera fue un ensayo, un primer intento, para luego llegar a la otra, la inmortal.
Por eso la perdonamos.