18 Jul
18Jul

Omertá fue la última novela del genial norteamericano Mario Puzo. Tan cerca de su muerte fue que hay quien duda que el final sea suyo. La novela, no podía ser de otra manera, versa sobre la cosa nostra.

Astorre Viola, hijo natural del legendario don Zeno, es dado en adopción a don Aprile. Se cría entre Sicilia y Estados Unidos y da todos los exámenes necesarios para convertirse en un hombre de honor. Don Aprile lo prepara para hacerse cargo, luego de su muerte, de los negocios de la familia, con lo que también pretende dejar fuera de cualquier ilegalidad a sus tres hijos biológicos, Valerius, Marcantonio y Nicole. Al momento de producirse la muerte violenta de don Aprile, inicia la novela: Astorre deberá hacerse cargo del contrataque.  

Como en toda novela mafiosa tenemos corrupción —del FBI, de las policías locales, de la política local e internacional, etc.—, tenemos violencia, tenemos romance, y tenemos a un grupo de personajes que juegan al juego despiadado del poder.             


A la novela de mafiosos se la ubica, por motivos obvios, en la vertiente negra de la novela criminal. Dado que se basa en crímenes, es policial; dado que muestra la corrupción de un sistema social, es negra. Sin embargo, tiene en sí misma dos aspectos que la diferencian y que la hacen singular.             

En primer lugar, carece de la carga ideológica de la novela negra. El propósito de esta última, anterior a su construcción, es reflejar un sistema decadente, putrefacto, y, sobre todo, injusto. Esto, intrínsecamente, le da una carga de cierta obviedad, disminuye sus caminos creativos. (Es irónico, sus personajes terminan siendo de un cartón mucho más resquebrajable que los de la novela policial clásica, a los que se les atribuye un risueño exceso de filosofía, de intelecto, de aire.) En la novela mafiosa no vemos esta carga por un motivo muy simple: a la corrupción del sistema no hace falta ni ponderarla ni juzgarla porque es obvia. Está allí. Es parte del paisaje. Es hasta necesaria. La novela se concentra entonces en la trama, en el argumento, en los personajes. La novela mafiosa es más artística que la novela negra. 

Por otro lado, en la novela mafiosa se da un pacto diferente con el lector. En cualquier vertiente de la narrativa del crimen se establece desde un principio una competencia entre escritor y lector (o, si se quiere, entre detective y lector). El escritor va narrando una serie de sucesos que conducen a un desenlace que se pretende sorpresivo. El lector, en modo detective, intenta frustrarlo. Lector y escritor son enemigos. En la novela mafiosa esta relación es la contraria: ambos son amigos. El escritor de la novela mafiosa sienta al lado al lector, le ofrece un trago, y le muestra, línea tras línea, los entresijos de la historia. El lector sabe absolutamente todo: es testigo de un proceso, de una trama; el desenlace, que no es necesariamente sorpresivo, es menos importante que el seguimiento, minuto a minuto, de una guerra. 


Hay otra característica particular de la novela mafiosa: entre los personajes se da una lucha de mentira contra mentira, por eso la narración es eminentemente psicológica. El narrador, por ende, tiene que ser competente: no es para cualquiera la psiquis humana. 

Mario Puzo lo era. 

Veamos un ejemplo, un fragmento de una escena de intercambio de rehenes: 

—¡Qué hermano, pero qué hermano! —exclamó Bruno en voz alta. 

A diferencia de ellos, Astorre y Marcantonio se limitaron a estrecharse la mano, y después Astorre medio abrazó a su primo y le dijo: 

—Todo va bien, Marc. 

Marcantonio se apartó de él y se sentó. Le temblaban las piernas en parte de alivio y en parte por el aspecto de Astorre. El muchacho que tanto se divertía cantando, el risueño y despreocupado joven, revelaba ahora su auténtica personalidad de ángel de la muerte, capaz de dominar el temor y la bravuconería de Timmona. 

Astorre se sentó a su lado y le dio una palmada en la rodilla, sonriendo alegremente como si aquello fuera un simple almuerzo entre amigos. 

—¿Cómo estás? —preguntó. 

Marcantonio miró a Astorre directamente a los ojos. Jamás se había percatado de que fueran tan claros y despiadados. Después miró a Bruno, el hombre que hubiera pagado por su muerte. Éste le estaba contando algo a su hermano acerca del zoo de Central Park.

Tenemos cosas de que hablar— le dijo Astorre a Timmona. 

—De acuerdo— dijo Timmona—. Bruno, lárgate de aquí. Hay un vehículo esperando fuera. Hablaré contigo en casa.             

En la simple escena se ve aquel apotegma de la técnica narrativa que dice mostrá, no contés. Con respecto a Bruno, podemos inferir que es idiota, aunque no esté explicado. Por la forma en que se saludaron Astorre y Marcantonio vemos que entre los dos hay una tirantez: Marcantonio está aterrorizado por la situación y también espantado por comprobar que su primo Astorre, efectivamente, es un siniestro mafioso. ¿Y no podemos observar también que Timmona está nervioso, a punto de perder la compostura? ¿Y el amor de hermanos entre Timmona y Bruno, la paciencia de Timmona? 

Otro ejemplo. Aspinella Washington, una policía corrupta, perdió un ojo fruto de la explosión de su auto. Ahora usa un parche y está manejando. Quiere ir a matar a Astorre Viola:             

Al salir de la comisaría, Aspinella se dirigió en su automóvil a Brightwaters, Long Island, por la carretera arbolada del Southern State.             

Curiosamente, había descubierto que conducir con un solo ojo resultaba más agradable que con dos. El paisaje era más interesante porque lo enfocaba como si fuera una imagen futurista, con los bordes desvaneciéndose poco a poco en un sueño.             

La descripción es abstracta y casi onírica, hilarante. ¿A quién se le ocurre describir una sensación de una persona que se ha vuelto recientemente tuerta? ¿No vemos claramente ese camino, con un punto de fuga justo al frente y dos arboledas borrosas a los costados? ¿No nos describe esto la mente de una persona extremadamente decidida, alguien que no le importa demasiado su estética? Se percibe, aunque no lo diga, que Aspinella muy probablemente vaya a alta velocidad. 


Impresiona pensar que Mario Puzo fue un atribulado ludópata y no un escritor que se pasó décadas sentado frente a la máquina puliendo el arte de la escritura narrativa. 

Qué natural talento que fue.

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