12 Oct
12Oct

Los argentinos, todos, tienen dos profesiones innatas que desarrollan y perfeccionan con los años: director técnico de fútbol y especialista en educación. Con la misma facilidad con que se considera la forma más eficiente de rodear a Messi, se puede aseverar que el sistema de amonestaciones está perimido o que las clases debieran empezar 9:30 am, como lo hace un imaginario país escandinavo.        

En tal sentido, uno de los discursos que circula es aquel que critica a la educación como una sumatoria de años perdidos en pos de una profesión equis, que se desempeña luego sin haber estado lo suficientemente preparado. Se pondera, por ende, una formación que contenga en sí una esencia útil. Es decir, según el diccionario, que sea algo de lo que se pueda sacar provecho, comodidad, fruto o interés.

La tesis en sí es prácticamente indefendible. Fácilmente, se pueden desglosar algunos argumentos, veamos: 

* en primer lugar, supongamos que se deba educar niños de acuerdo a la profesión que (supongamos también) ya están determinados a seguir; pues bien, ante un futuro artista circense, una futura ingeniera, un futuro futbolista, una futura escritora, un futuro profesor de química, y una futura astronauta, ¿a quién le brindamos los conocimientos que le sean útiles?; ¿nos focalizamos en la física para la astronauta o trabajamos estiramientos al aire libre para el acróbata?; ¿cuál de todas las utilidades elegimos?; porque, eso sí, debemos elegir; la educación útil, vemos, es una quimera; pero podemos ahondar más en ella;

* en segundo lugar, supongamos que lo anterior no es un problema, supongamos que, por ejemplo, agrupamos en las escuelas de una jurisdicción completa grupos de futuros artistas circenses, grupos de futuros escritores, grupos de futuros martilleros, etc.; ahora bien, sucedió algo: Anselmo, de dieciséis años, ha cambiado de opinión, no quiere ser contador, quiere pintar, se ha enamorado del romanticismo paisajista de John Constable y quiere dedicarse a retratar la vida rural de San Luis; pues bien, ¿qué hacemos con los números, con el debe, el haber, y los balances aprendidos?, ¿a quién le echamos la culpa?; al mismo tiempo, como si no bastara con que la jurisdicción completa tuviera un cambio de planes, Laura decidió que el fútbol no le gusta más y quiere ir por arquitectura, y Pedro no va a poder estudiar medicina porque sus padres tuvieron un desfalco económico y no podrán mandarlo a Córdoba; pretender una educación útil, dijimos, es quimérico: también es erróneo. 

Ante estos dos argumentos simples de índole digamos fáctica, el razonamiento se desmorona. Pero podemos pensar en un tercero que es aun más importante y es de índole filosófica. Preguntémonos qué significa verdaderamente útil. ¿Qué es algo útil? ¿Útil es igual a especificidad? 

Pensemos por ejemplo en aquellos espacios curriculares que desarrollan facetas del arte. O sea, aquellos que intentan visitar el indefinido territorio de la belleza. Lengua, Educación Artística y sus espacios específicos, Ajedrez, etc. El arte, en cualquiera de sus formas, ante la pregunta “para qué sirve”, ha respondido históricamente lo mismo: para nada. 

Si conjeturamos una educación en términos de utilidad, entonces, tenemos que pensarla, absurdamente, sin arte. Pero, ¿es que de verdad el arte no sirve?

¿Cómo se desarrolla y se incentiva la imaginación y la hija práctica de ésta, la creatividad? Tenemos que admitir que creatividad van a necesitar todos, los médicos, los peluqueros, las educadoras, todos. 

Esta breve cadena de pensamiento nos sirve para desbaratar este mito que pulula pero también es una respuesta a aquella otra futilidad que circula, increíblemente, en medios educativos: la de pensar que hay que adaptar la enseñanza a cada individualidad, a cada preferencia, a cada gusto personal. Algo como: si todos aprendemos diferente, hay que enseñar diferente a cada uno.

La educación es necesariamente básica y tendiente a la generalidad, a la universalidad. Las instituciones que sí poseen la capacidad de asistir a cuanta preferencia se demande son las rotiserías. 




Ahora bien, dentro de la generalidad, ¿podemos pensar en cuáles son los conocimientos básicos, útiles sí, para todos, que no pueden faltar?

Sí.

¿Es el inglés, que no está, una instancia útil a todos, que debería estar?

Sí.

¿Lo es la educación financiera?

Sí.

¿Lo es la programación?

No, no lo es. Aunque esté de moda y aunque se repitan hasta el hartazgo ciertas frases y cientos de spots, no lo es. 

Dentro de los conocimientos básicos, ¿se pueden procesar especificidades que den algunas facilidades (y felicidades) a distintos estudiantes?

Sí. También. Un estudiante puede recibir su dosis de arte en espacios que encuentre más amigables, por ejemplo, o elegir de entre algunas opciones una educación física que no le resulte una tortura.

¿Se puede pensar en una educación básica de mayor calidad y de menos años? ¿Se puede pensar, pero en serio, en una especificidad en mitad del secundario, cuando ya es probable una inclinación del estudiante hacia una futura profesión? ¿Es necesario repensar la extensísima y falsa obligatoriedad de la escuela y encontrar, antes, mejores caminos en pos de la dinámica del mundo del trabajo?

Sí. Se debería estar pensando. 

Es mi opinión.

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